Resumen :
La delgada línea entre información y publicidad atraviesa de lleno a la prensa de moda, donde
los valores fundamentales del periodismo, como la objetividad, la veracidad o la independencia,
se ven opacados por la presión de las marcas. En un contexto de crisis para los medios impresos,
donde las ventas han caído drásticamente y los ingresos dependen casi por completo de la
publicidad, los contenidos editoriales están cada vez más condicionados por intereses
comerciales. La particularidad del periodismo de moda se encuentra en que sus principales
anunciantes son también sus protagonistas, lo que genera un círculo de dependencia que
compromete su función informativa. Las acciones publicitarias, explícitas o disfrazadas de
contenidos editoriales, marcan la agenda, el tono y hasta la línea estética de los medios
especializados. Así, lo que debería ser una cobertura crítica se convierte a menudo en un espacio
de promoción donde la voz del periodista queda sometida a las exigencias del anunciante. El
resultado es un ecosistema mediático cada vez más difuso, en el que el lector consume relatos
maquillados sin distinguir claramente entre contenido informativo y marketing encubierto.
The thin line between information and advertising runs right through fashion journalism, where
the fundamental values of the press, such as objectivity, truthfulness, and independence, are
overshadowed by pressure from brands. In a context of crisis for print media, where sales have
dropped dramatically and revenue relies almost entirely on advertising, editorial content is
increasingly shaped by commercial interests. What makes fashion journalism unique is that its
main advertisers are also the protagonists of its stories, creating a cycle of dependence that
commits its informative function. Advertising actions, whether explicit or disguised as editorial
content, set the agenda, tone, and even the aesthetic direction of specialized media outlets. As a
result, what should be critical coverage often becomes a promotional space, where the
journalist’s voice is subject to the demands of the advertiser. The outcome is an increasingly
blurred media landscape in which readers consume polished narratives without being able to
clearly distinguish between journalistic content and covert marketing.
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