Resumen :
A pesar de que en la actualidad la relación entre el ser humano y la naturaleza aparece difusa ante nuestros ojos, cuando se desencadenan las llamadas catástrofes naturales, se pone de manifiesto el verdadero vínculo existente entre el hombre y el medio ambiente. Esa unión era mucho más inmediata en las sociedades del Antiguo Régimen, debido a la dependencia de la agricultura respecto de las condiciones atmosféricas. A través de la actividad agrícola, el clima influía decisivamente en la gran mayoría de la población dedicada al sector primario –agricultores propietarios o jornaleros–, pero también repercutía en la actividad comercial dedicada a los intercambios de alimentos procedentes de la tierra. Como es bien sabido, en el ámbito mediterráneo, los tres cultivos esenciales fueron el trigo (pan), el olivo (aceite), y la vid (vino), y de su correcta distribución, entre lugares a veces muy alejados entre sí, dependía el abastecimiento y el buen funcionamiento de muchos núcleos de población.
En Alicante, durante la Edad Moderna, por sus características climáticas y edafológicas, el cultivo de grano fue minoritario y deficitario, consiguiendo el suministro necesario a través del «trigo del mar» o, en menor medida, de poblaciones interiores cercanas. Mucho más extendidos estaban los otros dos elementos que componen la
tríada mediterránea, el olivo y, sobre todo, la vid. El hecho de contar con un puerto marítimo privilegiado, confirió a la agricultura una clara vocación mercantil: mientras que se importaba el grano o la harina para la elaboración del pan, el amplio excedente de la producción vitivinícola se dedicaba a la exportación. Junto con la barrilla, el vino se convirtió en el principal impulsor de la economía alicantina, auspiciado por su buena reputación en los mercados europeos, y por la legislación proteccionista que impedía introducir caldos foráneos en la ciudad.
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