A Jimmy Page le duele la espalda

Abstract

El recuerdo de la mítica estrella de rock de los 70 se oxida, y la causante es la cultura de la cancelación. Se trata de un movimiento en masa potenciado por el auge de las redes sociales que persigue todo comportamiento que impida garantizar el bienestar social. Es un boicot moderno, una retirada de apoyo por no actuar según “lo correcto”, donde la sociedad exige un compromiso racional por controlar los impulsos básicos del individuo en favor de todos. Esta herramienta ciudadana de justicia polariza a una sociedad que ve peligrar su derecho a la libertad de expresión por las posibles repercusiones que causa manifestar una opinión en público y que las masas la consideren incorrecta. En una sociedad que se rige bajo los términos de lo políticamente correcto, la rebelde y salvaje estética que seguían los músicos de la década del 70 no tiene espacio ni cabida en nuestro tiempo. El caos, el exceso, lo indecente e inmoral… El comportamiento de estas estrellas ya no es romantizado ni excusado bajo el nombre del rock and roll. Ahora se les exige la misma responsabilidad social y ética moral que al resto de la ciudadanía, humanizando al mito del rock y rompiendo su endiosamiento. El rockero tiene que adaptarse a las exigencias del nuevo milenio si pretende sobrevivir. Tendrá que desprenderse del ego que toda una generación alimentó y hacer un rock que no se sustente principalmente de lujuria y excesos. De esta forma, la industria del entretenimiento somete a revisión al arquetipo de estrella de rock y convierte a la anomalía en ciudadano de una sociedad. El dios del rock que rompía material musical y destrozaba habitaciones de hotel como práctica artista murió; y su necrológica salió en Twitter.

The memory of the myth of rock from the 70s is rusting, and cancel culture is responsible for it. It is a mass movement boosted by the rise of social media which pursues any behavior that threaten social well-being. It is a modern boycott, a support withdrawal for not acting according to "what is right," where society demands a rational commitment to control individuals' basic impulses for the greater good. This citizen's tool of justice polarizes a society that sees its right to freedom of expression endangered by the possible repercussions of expressing an opinion publicly and being considered incorrect by the masses. In a society ruled by the terms of being politically correct, the rebellious and wild aesthetic followed by musicians in the 70s has no place in our era. The chaos, excess, indecency, and immorality associated with their behavior are no longer romanticized or excused under the name of rock and roll. They are now expected to have the same social responsibility and ethical morals as the rest of the citizens, humanizing the myth of rock and dismantling its deification. The rock stars must adapt to the demands of the new millennium if they intend to survive. They will have to shed the ego that a whole generation has fed and create rock that is not primarily supported by lust and excess. In this way, the entertainment industry rebuilds the archetype of the rock star and turns the anomaly into a citizen of a society. The rock god who broke musical instruments and destroyed hotel rooms as an artistic practice is now dead; and their necrology was posted on Twitter.