Abstract:
La fuerza ocupa un lugar esencial para cualquier ser humano, ya sea como capacidad física fundamental, limitante del rendimiento, o bien para garantizar la realización de cualquier acción motora (Siff y Verkhoshansky, 2000). El entrenamiento de fuerza está recomendado por organizaciones nacionales de salud como la American College of Sports Medicine (ACSM) para la mayoría de las poblaciones, incluidos adolescentes, adultos sanos, ancianos y poblaciones clínicas (Garber et al., 2011). Presentar unos niveles adecuados de masa muscular es un aspecto importante desde el punto de vista de la salud, ya que tener un bajo porcentaje de masa muscular está asociado con un mayor riesgo de patologías, como las enfermedades cardiovasculares (Srikanthan et al., 2016), el riesgo cardiometabólico en adolescentes (Burrowset al., 2017), así como diabetes tipo II en adultos de mediana edad y mayores (Son et al., 2017). El entrenamiento de la fuerza es una modalidad de ejercicio que ha crecido en popularidad durante las últimas dos décadas, no solo por su papel en la salud, sino también particularmente por su rol en la mejora del rendimiento atlético al aumentar la fuerza muscular, la potencia y la velocidad, la hipertrofia, la resistencia muscular local, el rendimiento motor, el equilibrio y la coordinación (Kraemer y Ratamess, 2004) Todos estos potenciales beneficios hacen que los programas de fuerza representen una modalidad de entrenamiento importante para los atletas.
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